Reseña:
El fútbol por momentos parece omnipresente. Casi en cualquier rincón del mundo alguien tiene algo para decir sobre el fútbol. O alguien tiene para ver un partido, o lleva puesta una camiseta, o patea un objeto simulando una pelota.
Por momentos también es idioma universal, se pueden cruzar dos personas que no hablen la misma lengua, que no recen al mismo dios y que nunca hayan oído hablar del país del otro, y se van a encontrar en el fútbol. Quizá a alguien no le suena Uruguay, pero si uno dice Suárez, Forlán o Cavani la cosa cambia. ¿Cuántos sabrían que Liberia es un país si no hubiera existido George Weah? ¿Quién no se preguntó dónde quedaba Georgia cuando veía su banderita al lado de Kaladze en la formación del Milan? Todo se puede explicar con fútbol, y todos los temas suenan más cercanos si te los cuentan con fútbol.
Una futbolista afgana hace lo imposible por salvar a sus colegas cuando vuelve el régimen talibán; Sudán del Sur jugó un partido menos de 24 horas después de independizarse; dos futbolistas iraníes de un equipo griego se negaron a jugar contra un equipo israelí; un jugador suizo hace un gesto albanés cuando le convierte un gol a Serbia; se funda un club en Suecia que lleva los colores y el nombre de la causa kurda; un estadio en Asunción le debe su nombre a la guerra del Chaco; Brasil inventa copas para integrar sus regiones y sus fútboles; la Naranja Mecánica del 74 enfrentando a Uruguay en el mundial en el que el fútbol empezó a ser un negocio global.
El fútbol es confluencia de temas como cualquier expresión cultural, para desgracia de aquellos que claman «¡No mezclen fútbol con política!». Como si el asunto no viniera mezclado de fábrica.
Por momentos también es idioma universal, se pueden cruzar dos personas que no hablen la misma lengua, que no recen al mismo dios y que nunca hayan oído hablar del país del otro, y se van a encontrar en el fútbol. Quizá a alguien no le suena Uruguay, pero si uno dice Suárez, Forlán o Cavani la cosa cambia. ¿Cuántos sabrían que Liberia es un país si no hubiera existido George Weah? ¿Quién no se preguntó dónde quedaba Georgia cuando veía su banderita al lado de Kaladze en la formación del Milan? Todo se puede explicar con fútbol, y todos los temas suenan más cercanos si te los cuentan con fútbol.
Una futbolista afgana hace lo imposible por salvar a sus colegas cuando vuelve el régimen talibán; Sudán del Sur jugó un partido menos de 24 horas después de independizarse; dos futbolistas iraníes de un equipo griego se negaron a jugar contra un equipo israelí; un jugador suizo hace un gesto albanés cuando le convierte un gol a Serbia; se funda un club en Suecia que lleva los colores y el nombre de la causa kurda; un estadio en Asunción le debe su nombre a la guerra del Chaco; Brasil inventa copas para integrar sus regiones y sus fútboles; la Naranja Mecánica del 74 enfrentando a Uruguay en el mundial en el que el fútbol empezó a ser un negocio global.
El fútbol es confluencia de temas como cualquier expresión cultural, para desgracia de aquellos que claman «¡No mezclen fútbol con política!». Como si el asunto no viniera mezclado de fábrica.
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