Reseña:
El baloncesto como negocio, entretenimiento y deporte puro ha experimentado un cambio radical desde la década de los 70 hasta nuestros días. Pocos nombres que surgieron en aquellos tiempos han perdurado hasta nuestros días de forma clara y diáfana. Uno de ellos es sin duda el de Walter Szczerbiak. Aquel alero americano de origen ucraniano y apellido impronunciable, llegó en el verano de 1973 a Madrid casi sin saber muy bien a qué se iba a enfrentar, y con la complicada misión de aportar un extra a un conjunto ya de por sí dominador en el panorama español y con él que luego ganó 3 Copas de Europa.
Walter Robert Szczerbiak, «Wally» para el ámbito familiar y deportivo, pertenecía a otra escuela de baloncesto, y sus características diferían ligeramente si tomamos como referencia la de su famoso padre. Parafraseando al gran Larry Bird en su comparación con Dirk Nowitzki: más alto, más fuerte, más rápido, pero no necesariamente mejor jugador, la genética le ayudó a convertirse en profesional de este deporte. Podemos decir que nació predestinado a ello, y con unas grandes aptitudes físicas y técnicas para llegar a destacar en un universo ultra competitivo.
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