Resumen:
Me hice del Málaga el mismo día que desapareció. Si el maestro Alcántara dijo que ese día se había quedado viudo, yo podría decir que nací huérfano al mundo del fútbol. Era un tórrido mes de julio. La radio del Alfa Romeo de mi padre anunciaba la extinción del Club Deportivo Málaga y los oyentes, interrogados por el locutor, culpaban al alcalde, que se negaba a gastar dinero municipal en reflotarlo. Me pareció algo monstruoso. En mi mente el socialista Pedro Aparicio transmutó en un supervillano de Gotham, dispuesto a acabar con nuestro equipo justo en el preciso momento en el que había tomado conciencia de su existencia. Ya es mala suerte.
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